jueves, 6 de agosto de 2009

Escritura, sexo y viajes.

Partiendo de unos versos de Baudelaire,
“Caer en el abismo, Cielo, Infierno, ¿qué importa?
Al fondo de lo ignoto, para encontrar lo nuevo.”

Roberto Bolaño -es muy probable que sea Bolaño poeta más que Bolaño relator- reflexiona sobre la encrucijada a la que todo escritor llega alguna vez. Él, además, sin la urgencia que le daba ser enfermo terminal –o quizá sí, por ello mismo-, afirma: “Si al infinito se le añade más infinito, el infinito sigue siendo más infinito. Una batalla perdida de antemano, como casi todas las batallas de los poetas.”
En un momento de su vida, Rimbaud se sumergió con idéntico fervor en los libros, en el sexo y en los viajes. En el sexo y los viajes buscaba quizá la suerte o solución que le permitiera vivir de lo primero. No sé si lo consiguió, pero volvió a escribir y comprendió que escribir no tiene la más mínima importancia.
Ante esto, Bolaño dice que escribir, obviamente, es lo mismo que leer, y en ciertos momentos se parece bastante a viajar, e incluso, en ocasiones privilegiadas, también se parece al acto de follar, y todo ello, nos dice Rimbaud, es un espejismo, sólo existe el desierto y de vez en cuando las luces lejanas de los oasis que nos envilecen. Bolaño, que en algún escrito se confiesa adicto consumidor de estos tres verbos: escribir, follar y viajar; cree que es una forma, como otra cualquiera de llegar al fondo de lo desconocido y encontrar allí algo nuevo para escribir o de lo que escribir. Él y su vida son un ejemplo de ello.

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