viernes, 14 de agosto de 2009

Un gran escritor siempre sabe dónde hay una novela

Universidad de Salzburgo. Gilda Lopes, lectora de portugués. Gilda invita a Saramago para hablarles a sus alumnos. Se organiza una cena en el restaurante El Elefante. En un lugar del restaurante, una fila de esculturillas de madera, que empiezan por la Torre de Belén, en Lisboa, y que representan varios edificios y monumentos europeos, anunciando manifiestamente un itinerario. La curiosidad natural de Saramago obliga a preguntar por ellas. Allí le comentan que se trataba del viaje que hizo un elefante, concretamente en 1551, siendo rey Juan III, y que fue conducido desde Lisboa hasta Viena.

Para otra persona, quizá sólo hubiera sido un buen punto de interés para una agradable conversación en una cena. Para José Saramago fue el detonante de su nuevo libro, El viaje del elefante.

domingo, 9 de agosto de 2009

Versos suspensivos...

De donde vengo llueven pájaros
Pasean rostros de humo sin mirada
Sale movido el tiempo en las escenas
Quizá fuera mi tiempo
No pude verlo

No doy alcance a quien soy
Me alejo perdido en una tormenta

Caí de mí sin percibirme
Sigo doble desde entonces

De la calma vago a la nada
Vuelvo al vacío del sosiego
Me observan paredes de puerta triste
Vierten lágrimas de cal sus ventanales
Mansiones de piel vetusta me recuerdan chico

Triste, solamente triste
Solo, tristemente solo

Estoy en este lado
Siento miedo de hallar el otro.

jueves, 6 de agosto de 2009

Escritura, sexo y viajes.

Partiendo de unos versos de Baudelaire,
“Caer en el abismo, Cielo, Infierno, ¿qué importa?
Al fondo de lo ignoto, para encontrar lo nuevo.”

Roberto Bolaño -es muy probable que sea Bolaño poeta más que Bolaño relator- reflexiona sobre la encrucijada a la que todo escritor llega alguna vez. Él, además, sin la urgencia que le daba ser enfermo terminal –o quizá sí, por ello mismo-, afirma: “Si al infinito se le añade más infinito, el infinito sigue siendo más infinito. Una batalla perdida de antemano, como casi todas las batallas de los poetas.”
En un momento de su vida, Rimbaud se sumergió con idéntico fervor en los libros, en el sexo y en los viajes. En el sexo y los viajes buscaba quizá la suerte o solución que le permitiera vivir de lo primero. No sé si lo consiguió, pero volvió a escribir y comprendió que escribir no tiene la más mínima importancia.
Ante esto, Bolaño dice que escribir, obviamente, es lo mismo que leer, y en ciertos momentos se parece bastante a viajar, e incluso, en ocasiones privilegiadas, también se parece al acto de follar, y todo ello, nos dice Rimbaud, es un espejismo, sólo existe el desierto y de vez en cuando las luces lejanas de los oasis que nos envilecen. Bolaño, que en algún escrito se confiesa adicto consumidor de estos tres verbos: escribir, follar y viajar; cree que es una forma, como otra cualquiera de llegar al fondo de lo desconocido y encontrar allí algo nuevo para escribir o de lo que escribir. Él y su vida son un ejemplo de ello.

jueves, 30 de julio de 2009

Eros y Tánatos

A medida que se cierra la cremallera de mi vida, se van ocultando los arañazos en la piel, cicatrices de la incesante lucha entre Eros y Tánatos. Dejé hace tiempo de interesarme por esa lucha que se extiende en la vida más allá de la cremallera. Era tan evidente. Me propuse buscarla cremallera adentro. No se antojaba empresa difícil. Como todo pulso, fuera de vida o de muerte, debería de encontrarse en el corazón. Sólo cuatro habitaciones, dos aurículas y dos ventrículos. No se antojaba empresa difícil. Me fue fácil dar con Eros, no tiene habitación propia, siempre esta ahí, sin máscara que le oculte el rostro. Tánatos es más furtivo. Aprecio sus huellas, huelo su rastro. Sé que está ahí, con el rostro velado por mi propio miedo a verlo.

martes, 28 de julio de 2009

Hacia los confines del oxígeno

Subir corriendo por anhelos,
trepar hasta las golondrinas,
hacia los confines del oxígeno
y los senderos que hacen tristes las ausencias.

Huir del frío de la tierra
a regiones entreabiertas
donde fragua la emoción como la espada.
Percibir silencios y sus olores,
donde nacen y se despliegan,
donde el aire se abre.

Subir de un pensamiento
donde nace la furia, la pura sangre,
donde aprietan los labios
hasta hacerse herida y sangrar besos.

Subir al vientre donde engendran estrofas,
donde nacen versos sin comas.
Subir, subir a tientas, a zarpazos.
Subir creciendo al cielo
que aguarda y nos precisa vivos,
que nos desea despiertos.

Extracto de "Muerte en El Álamo"


Tras casi un mes de existencia en el limbo, su madre no daba señales de mejoría, ni iba a darlas nunca. Cayetano sufría lo indecible porque nada era como debiera ser. Cambiaba los pañales a una mujer que pasaba de los cincuenta años y que era su madre, cuando se los debería de cambiar a una criatura de meses que fuese su hijo. El primer cuerpo desnudo de mujer que veía era el de su madre llamando a las puertas de la muerte sin que nadie la escuchase, cuando debería haber sido el de una muchacha joven a la que jurase amor para el resto de sus días. Para colmo de males, la sonda había llagado la lengua y la boca y a veces bloqueaba la garganta amenazando con asfixiarla. Cayetano lo solucionaba haciendo palanca en la lengua con una cuchara para despegarla del paladar. Pero ese día, aquel muchacho con apenas veinte años, se sintió sin fuerzas para seguir siendo el verdugo de su madre y liberó su alma para que vagara, como un grano de arena más, por aquel inmenso y desolado desierto, el más grande de la Tierra.

domingo, 26 de julio de 2009

Manuel


Hace años conocí a un hombre en el metro. Un hombre en el metro con una guitarra. Su voz, una guitarra y los abovedados pasillos del metro; con eso le bastaba. Unos desalmados casi le arrebatan la vida. Cuando se recuperó, siguió cantando con una guitarra, con su voz, en los mismos pasillos del metro. Hace años que no sé nada de Manuel.

Tu voz, temblor de pecho,
relámpago de garganta,
embiste con la furia de un toro herido
los oídos de un pueblo, que dejó de oír.

Ante su rugido tirita el universo
y vierte el cielo una tormenta de estrellas
que al suelo no llegan,
batidas en pleno vuelo por tu voz.

Vierte tu guitarra notas al aire,
vibran sus aceros las campanas,
ritmo y palabras se estañan en tus versos;
y cuando el racimo de tus dedos encallecidos
rima de piel las cuerdas,
un verdugo ejecuta el silencio.

Cuántas muertes quisieran
hundir guadañas en tu alma
y arrastrarla como un arado de huesos
para abonar campos de labranza;
pero los oídos rastrearían tu voz
como un fiero pueblo de presa.

Si vinieran nubes de polvo
a cegar la redondez de tu boca ,
patalearía la tierra
hasta que devolviera tu forma,
hasta que pariese tu voz…