jueves, 30 de julio de 2009

Eros y Tánatos

A medida que se cierra la cremallera de mi vida, se van ocultando los arañazos en la piel, cicatrices de la incesante lucha entre Eros y Tánatos. Dejé hace tiempo de interesarme por esa lucha que se extiende en la vida más allá de la cremallera. Era tan evidente. Me propuse buscarla cremallera adentro. No se antojaba empresa difícil. Como todo pulso, fuera de vida o de muerte, debería de encontrarse en el corazón. Sólo cuatro habitaciones, dos aurículas y dos ventrículos. No se antojaba empresa difícil. Me fue fácil dar con Eros, no tiene habitación propia, siempre esta ahí, sin máscara que le oculte el rostro. Tánatos es más furtivo. Aprecio sus huellas, huelo su rastro. Sé que está ahí, con el rostro velado por mi propio miedo a verlo.

martes, 28 de julio de 2009

Hacia los confines del oxígeno

Subir corriendo por anhelos,
trepar hasta las golondrinas,
hacia los confines del oxígeno
y los senderos que hacen tristes las ausencias.

Huir del frío de la tierra
a regiones entreabiertas
donde fragua la emoción como la espada.
Percibir silencios y sus olores,
donde nacen y se despliegan,
donde el aire se abre.

Subir de un pensamiento
donde nace la furia, la pura sangre,
donde aprietan los labios
hasta hacerse herida y sangrar besos.

Subir al vientre donde engendran estrofas,
donde nacen versos sin comas.
Subir, subir a tientas, a zarpazos.
Subir creciendo al cielo
que aguarda y nos precisa vivos,
que nos desea despiertos.

Extracto de "Muerte en El Álamo"


Tras casi un mes de existencia en el limbo, su madre no daba señales de mejoría, ni iba a darlas nunca. Cayetano sufría lo indecible porque nada era como debiera ser. Cambiaba los pañales a una mujer que pasaba de los cincuenta años y que era su madre, cuando se los debería de cambiar a una criatura de meses que fuese su hijo. El primer cuerpo desnudo de mujer que veía era el de su madre llamando a las puertas de la muerte sin que nadie la escuchase, cuando debería haber sido el de una muchacha joven a la que jurase amor para el resto de sus días. Para colmo de males, la sonda había llagado la lengua y la boca y a veces bloqueaba la garganta amenazando con asfixiarla. Cayetano lo solucionaba haciendo palanca en la lengua con una cuchara para despegarla del paladar. Pero ese día, aquel muchacho con apenas veinte años, se sintió sin fuerzas para seguir siendo el verdugo de su madre y liberó su alma para que vagara, como un grano de arena más, por aquel inmenso y desolado desierto, el más grande de la Tierra.

domingo, 26 de julio de 2009

Manuel


Hace años conocí a un hombre en el metro. Un hombre en el metro con una guitarra. Su voz, una guitarra y los abovedados pasillos del metro; con eso le bastaba. Unos desalmados casi le arrebatan la vida. Cuando se recuperó, siguió cantando con una guitarra, con su voz, en los mismos pasillos del metro. Hace años que no sé nada de Manuel.

Tu voz, temblor de pecho,
relámpago de garganta,
embiste con la furia de un toro herido
los oídos de un pueblo, que dejó de oír.

Ante su rugido tirita el universo
y vierte el cielo una tormenta de estrellas
que al suelo no llegan,
batidas en pleno vuelo por tu voz.

Vierte tu guitarra notas al aire,
vibran sus aceros las campanas,
ritmo y palabras se estañan en tus versos;
y cuando el racimo de tus dedos encallecidos
rima de piel las cuerdas,
un verdugo ejecuta el silencio.

Cuántas muertes quisieran
hundir guadañas en tu alma
y arrastrarla como un arado de huesos
para abonar campos de labranza;
pero los oídos rastrearían tu voz
como un fiero pueblo de presa.

Si vinieran nubes de polvo
a cegar la redondez de tu boca ,
patalearía la tierra
hasta que devolviera tu forma,
hasta que pariese tu voz…

jueves, 23 de julio de 2009

Unas líneas de... "Muerte en El Álamo"



Cuando resbaló el contrapeso que anunciaba las horas en punto, por doce veces repicó el martillo que a diario se encargaba de recordar al pueblo que en lo alto de aquel edificio tenían un reloj. Cualquier otra hora que musicase resultaba indiferente para todos, pero las doce campanadas del mediodía iban seguidas del estruendo y el alboroto producido por siete muchachos que durante horas habían estado cogiendo presión en aquellos pupitres. Las doce del mediodía era la hora en que se abrían las puertas y se descorchaba el aula. Pero ese día y a esa hora ningún muchacho surgió corriendo del interior del consistorio, ningún griterío de alegría perturbó la indolencia de la plaza. Nada ocurrió ese mediodía después de que sonaran doce martillazos en aquel orgulloso reloj. Antonia salió del bar con su vaso de vermut en una mano y un cigarrillo a medio fumar en la otra. Su mirada de asombro iba y venía del reloj de carillón a la plaza y de la puerta del consistorio a su reloj de muñeca. No podía creer que algo hubiera captado la atención de los chicos hasta el extremo de retrasar su huida de los pupitres. Los recelos de Antonia se encontraban a un solo minuto de convertirse en certeza. La causa de tanto silencio no provenía de nada que hubiese captado la atención de los chicos. Los niños no se encontraban en la plaza ni en el aula porque no estaban en el pueblo...

...Empezó como un balbuceo grave y ronco. Más tarde fue un ladrido, luego vino otro y otro. Cayetano se abalanzó a por el palo, mientras daba órdenes a Grande para que congregara el ganado y lo dirigiese a la base del roquedal, donde sería más fácil protegerlo. Aparecieron asustados, abrazados a sí mismos y a los demás, apiñados como si una mano gigante los hubiera cogido y depositado allí.
No habían podido soportar más el hastío que les producía el aula; era como estar sin capitán en un navío a la deriva. Habían elaborado un plan para salir de la escuela sin ser vistos y encaminar sus pasos hacia el rebaño, que nunca debieron abandonar. Como el plan perfecto estaba aún por descubrir, se habían perdido. La noche les sobrevino y les extravió aún más. El frío les mantuvo despiertos y en constante movimiento, la oscuridad despertó su hambre y el miedo les mantuvo el alma en vilo. Allí estaban con sus caras de niño. Nadie hubiera podido regañarles en ese estado, al menos no Cayetano. Los perros fueron hacia ellos enarbolando sus colas, los rodearon y los condujeron con mimo junto al resto del rebaño; a su protección y calor. Fue el pastor quien comprendió que les vendría mejor el calor de las llamas que el de las ovejas agitadas por el revuelo.


Poema

Retratos lavados por el agua.
Volúmenes de ciudades ya desaparecidas,
versos de poetas desconocidos,
grabados sin firma,
una caja hindú,
algún broche chino.

Estantes de Ikea sin barniz.
Libros en lenguas ilegibles de viajes que nunca hicimos.
Plumas de sangre azul, ahora seca.
Trofeos dando la espalda.
Brigada de libros en columna de a dos.
Luces de neón, luces sin bohemia.

La espada de Arwen

que hizo sangre del aire que nos besaba.